Te llamé a vivir, te hice hermoso con mis propias manos. Te comuniqué mi vida. Deposité en ti mi propio amor con abundancia.
Te hice ver el paisaje y el color. Te di el oído para que escucharas el canto de los pájaros y la voz de los hombres.
Te di mi amor más profundo, y te llamé “padre”, “amigo”, y “hermano”.
No sólo te di vida, te estoy sosteniendo en ella. Te conozco cuando respiras y te cuido cuando duermes. Mis ojos están puestos en tus ojos. Mi mano la tengo colocada sobre tu cabeza.
Te amo, aunque me olvides o me rechaces. Te amo aunque no me ames. Podrás ir a donde puedas y a donde quieras. Hasta allá te seguirá mi amor y te sostendrá mi diestra.
Desde que te hice, nunca te he dejado solo. Camino y sonrío contigo. Vivo en ti. Te lo escribo de mil maneras y te lo digo al oído y en silencio: ¡Tú eres mi hijo amado!
¡Tu Padre, Dios!
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